sábado, 30 de marzo de 2013

Bolsa de plumas

Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que éste había alcanzado. Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un sacerdote a quien le confesó: "Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo con esta calumnia (...) ¿Cómo puedo hacerlo?", a lo que el clérigo respondió: "Toma una bolsa llena de plumas de gallina y suéltala por donde vayas".
El hombre al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el presbítero y le dijo: "Ya terminé", a lo que el religioso contestó: "Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar la bolsa con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas".
El hombre se sintió muy triste, porque sabía que eso era imposible. El sacerdote le dijo: "Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, lo mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho para siempre".

Nosotros, antes de poner nuestra lengua en funcionamiento y juzgar duramente la conducta de los demás, tenemos que poner en movimiento nuestra inteligencia para pensar lo que vamos a decir y nuestra voluntad para intentar hacer el bien siempre, según nuestra vocación. No se puede decir cualquier cosa de las personas porque lo escuchamos de otros que opinan desde su punto de vista superficial, o por la impresión que nos causó cualquier palabra o conducta de alguien, sin haberla pasado por el filtro de la misericordia. Hay que evitar decir de los demás aquellas cosas que no nos gustan que digan de nosotros. De todos modos, cada uno habla de lo que tiene adentro. -Jorge Nardi-

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