La cara de Dios
Una mujer con muchas inquietudes religiosas, hizo al Maestro esta confidencia:
-Maestro, no creo que tenga una respuesta para mi búsqueda; pero como sé que usted es un hombre comprensivo, quiero compartir mi inquietud.
-Te escucho, mujer.
Y retomó la mujer:
-Hace años que me esfuerzo y me desvelo por contentarme con Dios. Me recogí en la soledad de la naturaleza, me recluí en el silencio de los templos, y lo busqué en el recogimiento de monasterios, conventos y abadías. ¡Y sigo sin encontrar el rostro de mi Dios!
En ese momento interrumpió el diálogo un joven, que llegó corriendo y dijo atolondradamente:
-Maestro, necesito hablar con usted.
La mujer lo miró con desprecio, giró sobre sus pies y le dio las espaldas.
-Espérame un momento -indicó el maestro- debajo de aquel árbol, y ya estaré contigo.
El joven se dirigió hacia el lugar indicado y la mujer, con evidente desagrado, protestó ante el Maestro:
-¡Cómo! ¿No lo conoces? ¡Es un vicioso, drogadicto y mujeriego! Yo no tolero a ese tipo de personas. No puedo verlas. ¡No quiero mirarlas!
-¡Ah! -exclamó el Maestro-. Ahora comprendo, mujer. Ahora sé lo que te sucede. Tú me has dictado la respuesta que me pedías.
Con evidente impaciencia, casi gritó la mujer:
-No sé de qué hablas. ¡No comprendo nada!
-Mujer, es como si tú me dijiste al comenzar, yo no tenía respuesta para tu inquietud... Porque creo que Dios no tiene rostro... Y si lo tiene, mi Dios tiene cara de hombre. El rostro de Dios es como un rompecabezas, que se forma con todos los rostros humanos que encuentras en tu camino. Y veo que a ti te faltan muchos rostros que rechazas y que no quieres ver.
-René J. Trossero en "Búsquedas y Confidencias"-
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